viernes, 18 de junio de 2010

Historia del inmigrante japonés

En esta oportunidad compartimos con ustedes una tierna historia que nos permite conectarnos con nuestras raíces inmigrantes...


Esta es la historia de Kinzo Makino, el primer inmigrante japonés…

Kinzo nació en Miuramisaki y con el correr del tiempo se trasladó a Tokio. En su infancia jugaba con las olas del Océano Pacífico, y su juventud transcurrió dentro del ambiente vivaz al estilo edokko (nombre que se da a los nacidos y residentes en Tokio).

A los 22 años se le ocurrió emigrar al exterior, pero sus padres no lo dejaron. Entonces decidió alistarse como tripulante de un barco inglés aunque su intención no era tener una vida de marino sino vivir tranquilamente en el extranjero. Uno de los tantos días de viajero, tomó coraje y huyó del barco. No se sabe si arribó al puerto de Buenos Aires o al de Bahía Blanca, pero sí que se dirigió a Córdoba por temor a ser descubierto en las proximidades del puerto.

Antes de instalarse en Córdoba hizo un recorrido de unos 700 km, en mayoría a pie y trabajó como peón de transporte de maderas y como conductor de tranvía a caballo. Enterado de que en la provincia mediterránea había una gran demanda de mano de obra para la construcción del ferrocarril, allí se dirigió.

La vida en el extranjero no era como él la imaginaba. Apenas llegó a Córdoba sufrió en carne propia la discriminación. Los cordobeses no sabían dónde quedaba Japón y lo llamaban “colla” por su aspecto semejante al de un indígena proveniente de Bolivia.

Al comenzar la guerra ruso-japonesa, la opinión sobre el país nipón fue cambiando gradualmente y el mismo Kinzo invitaba a sus amigos ante cada victoria japonesa. Cuando los diarios anunciaron la caída del Puerto de Ryojun, los amigos fueron a su casa para celebrar y beber hasta el amanecer.

Kinzo consiguió trabajo como maquinista de locomotoras y con su dedicación y honestidad se ganó la confianza de sus jefes y compañeros. Un anciano criollo llamado Don Pancho que había trabajado con él, recuerda: “Su nombre era Maki Kinzo, lo conozco muy bien porque estuvimos más de 10 años juntos. Era un buen compañero en el trabajo y en el trato, aunque muy callado”. Además, se acuerda de las mateadas que compartieron con el uniforme y las manos engrasadas.

Más allá de que fue un hombre laborioso, no todo en la vida de Kinzo fue trabajo. El amor también llamó a su puerta y conquistó el corazón de una joven francesa que se convirtió en la madre de sus tres hijos. Juntos cumplieron el sueño de la casa propia en 1901 y en la crianza inculcaron la importancia del amor filial a su descendencia.

Su timidez no impidió que forjara fuertes lazos en Córdoba y ello se vio reflejado en su funeral. El gran “sempai”, es decir “predecesor” como lo conocieron quienes emigraron al país, reunió en su lecho de muerte a muchos argentinos con quienes compartió la más pura vida criolla.

Fuente: www.urbanikkei.com.ar

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